Vaya por delante una confesión: afrontar la escritura de esta crónica está doliendo un poquito. El repaso al setlist y a algunos vídeos sueltos del móvil ilustra la grandeza de lo que se vivió este martes en Madrid, pero también certifica que ese momento, por desgracia, ya ha pasado. Qué tema lo de los vídeos del móvil, ¿eh? Siempre innecesarios, grabados regulín, con el pulso renqueante entre saltos de júbilo o calados por la emoción y y un sonido mil veces peor del que podremos obtener de las filmaciones profesionales que seguro abundarán, y pese a todo, a veces no podemos evitar tomarlos; probablemente, más que el concierto en sí, intentamos capturar en vano el sentimiento de felicidad que nos embarga. Estas palabras intentarán narrar lo acontecido con una voluntad objetiva, pero resulta inobviable que estarán escritas desde el amor y el agradecimiento de haber podido disfrutar en directo de un pedazo de historia viva de la música.
La aparición de Sir Paul McCartney en el Wizink Center se dio a las 21h en punto, y se dilató durante dos horas y media en las que, sin descanso, interpretó 35 temas representativos de su longeva carrera (con algo más de un 60% de Beatles y un 20% de Wings), acompañado de los cuatro músicos que llevan más de 20 años conformando su actual banda. No tardó en demostrar que se encontraba en una forma envidiable, dueño y señor del escenario, y que ni tan siquiera le hacía falta ese “¿qué pasa, chulapos?” para tener instantáneamente al público en el bolsillo.
El arranque, sin embargo, inspiró un ligerísimo temor. Todos los miembros de la banda llevaban micro, y en esa primera ‘A Hard Day’s Night’ hubo un gran apoyo coral. Eso era, evidentemente, por la propia naturaleza de la canción, pero… ¿y si la voz de Paul estaba algo frágil? ¿necesitaría de voces suplementarias constantes para sostener el concierto? Nada más lejos de la realidad. Si bien en momentos puntuales pudo haber algún titubeo o sutil desafinación, aquí somos grandes fans de los octogenarios, y podemos confirmar que éste no solo dio la cara en solitario con precisión suficiente, sino también con pura magia y conexión emocional, que es lo más importante.
De aquí se siguió un bloque con remarcada vocación rockera, que hasta tuvo sorpresa en ‘Letting Go’ con la celebrada aparición de tres vientos en la grada (que más tarde embellecerían desde el escenario diversos tramos del bolo). Este tramo, previo paso por ‘Drive My Car’ y ‘Got to Get You Into My Life’, culminó con una Hendrixiana coda de ‘Foxy Lady’ al final de ‘Let Me Roll It’, para la que Paul ya había cambiado su icónico bajo por su fantasía de Les Paul “Crowd Goes Wild”. El inicio de ‘Getting Better’, que, coreado por los 17.000 asistentes, nos regaló uno de los muchos momentos de piel de gallina de la noche, dio pie a un tramo más tranquilo con la entrada en juego del piano de cola, que brilló especialmente en la épicamente conmovedora ‘Maybe I’m Amazed’. Pequeña nota disonante la pusieron algunos de los visuales, que daban un poco de cringe, pero todo fuera eso en la vida.
Los cambios de formato se sucedieron con impecable fluidez. Por ejemplo, cuando McCartney nos propuso al poco hacer un viaje en el tiempo, se planteó un escenario reducido en la parte delantera (con batería adaptada a esas primeras épocas) separado por una pantalla. Después de que el público celebrase la primera canción grabada por los de Liverpool cuando aún eran The Quarrymen (‘In Spite of All the Danger’) y la primera canción grabada por los ya Beatles en Abbey Road (‘Love Me Do’), la banda se retiró y el protagonista de la noche, ahora elevado unos metros sobre una plataforma iluminada, interpretaba emotivamente a la guitarra ‘Blackbird’ y ‘Here Today’ mientras el resto de mortales conteníamos la respiración en reverencial silencio.
Cruzábamos así el ecuador del concierto, con el corazón en su sitio para recibir una inolvidable ‘Now And Then’ (la última canción de los Beatles, a partir de una maqueta de Lennon de finales de los 70, que pudo ser combinada con sesiones de los tres restantes en el 95 y finalmente de Ringo y Paul en la actualidad, para ser publicada hace justo un año -cuando la tecnología lo ha permitido). Imposible no vivirla como puro testamento de la banda, mientras los yos presentes y pasados de sus miembros convivían por última vez en pantalla. A ellos les quedaría dedicada buena parte del resto del minutaje, en lo que os podéis imaginar que fue un derroche imparable de temazos.
Cada canción disparaba a matar desde un territorio musical diferente, y nosotros no podíamos hacer más que sonreír y disfrutar, ya fuera con el clasicismo saltarín de ‘Lady Madonna’, la potencia rockera de ‘Jet’ o la psicodelia circense de ‘Being for the Benefit of Mr. Kite’. Un ukelele regalado por George Harrison introdujo su icónica ‘Something’ (que sonó mucho mejor cuando entró la banda y la devolvió a su forma clásica), y bombas como ‘Get Back’, ‘Let It Be’, ‘Live and Let Die’ (aquí lo de las bombas fue literal; bien de pirotecnia) y una ‘Hey Jude’ coreada como si se acabara el mundo nos llevaron a la temida pausa pre-bises.
Para la despedida, McCartney se reunió con Lennon (en pantalla) para cantar a dúo ‘I’ve Got a Feeling’, saludamos también a la ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ y nos sacudimos al eléctrico ritmo de ‘Helter Skelter’. Llegaba el momento. Paul se iba al piano de cola, y tocaba los primeros acordes de ‘Golden Slumbers’ mientras nos recorría un escalofrío colectivo. No pudimos hacer otra cosa que abrazar ese apoteósico final del Abby Road y del concierto, desgañitándonos con ‘Carry That Weight’ y recibiendo con los ojos cerrados y el alma abierta la eterna conclusión: “and in the end, the love you take is equal to the love you make”. “Hasta la próxima”, nos dijo antes de abandonar el escenario. Hasta la próxima, Paul. Qué afortunados hemos sido.
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